domingo, 4 de septiembre de 2011

IR DE BODA





   No me gustan las bodas. Además esta tarde estoy un poco "depre" y aún veo las cosas más aburridas de lo que quizá sean en realidad.
   Cuando recibes la invitación empieza el tiempo "preboda", que vuelve loca a cualquier mujer. Empieza la cuenta atrás y no tienes ni idea de cuánto vas a desear ser una ermitaña.
 Lo primero,  qué vas a ponerte, luego la  arriesgada aventura de buscar algo bonito, favorecedor, que te haga sentir guapa, que no sea muy caro, que cumpla con el protocolo, que no vaya a coincidir con otras invitadas (riesgo imprevisible), que tenga fácil combinación con bolso, zapatos y demás complementos, que, que, que...., una locura.
   ¡Y el pelo!. ¿Qué hago con esto?. Tocado, pamela, ahora está de moda que la novia decida qué tienen que ponerse las invitadas en sus cabecitas.
  Te llevas toda la mañana en la peluquería. Si la muchacha en cuestión ha optado por que luzcan tocados, te ves atravesando la ciudad con tu cabeza recién peinada y el mogollón de adornos en el lado, tapándote medio ojo, con tus vaqueros, tu camiseta y tus zapatillas cómodas. Crees que todo el mundo te mira. Coges por las calles menos transitadas y con la cabeza gacha intentas llegar a tu casa cuanto antes. Ojalá se hubiera inventado el teletransportador!.
    Horas antes de la boda ya estás hasta el moño del peinado, el tocado y la madre que parió a la moda. Luego tienes que ducharte. Ja,ja y ja. Con sumo cuidado, que el agua encrespa el pelo y puedes llegar hecha unos zorros.
   Ya duchada, con tu ojo y medio intentas maquillarte. Y si además tienes presbicia y usas gafas para poder ver algo claramente, ya lo tienes jodido. A ver quien se pinta unas sombras.
   Ya casi estás y oyes que tu acompañante empieza a decir la hora como si de un reloj de cuco se tratara. Cada cinco minutos suena el "vamos a llegar tarde", y "no habrá donde aparcar".
Y tu sigues en tu intento de hacer el milagro de Lourdes y lograr acabar la faena sin cornadas graves. Te pones las malditas medias que son obligadas sea invierno o verano, y ésto si que es un alto riesgo porque ya no controlas tus movimientos y por menos de un periquete clavas una uña en el sucedáneo de pellejo del color adecuado, y ya llegamos.
   Pasado el suplicio del arreglo, llegas a la puerta de la iglesia y caminas tímidamente ante las miradas del resto de invitados, lo primero que haces es buscar un vestido como el tuyo y...  nadie a la vista que coincida. Sigues el recorrido entre la gente y sientes las miradas inquisidoras a tu espalda. Sonríes a todos porque es lo correcto, pero quisieras desaparecer y verte en tu casa tranquila, con tus perros alrededor haciendo diabluras y tus magníficas zapatillas de casa en lugar los tacones que te están matando.
   Dentro de la iglesia todos buscan a los más conocidos, se van sentando unos junto a otros, la unión hace la fuerza. Más vale ir tomando posiciones que quedan muchas horas de festejo.
   Termina la ceremonia y, carrera a la puerta del templo a poner el suelo como una paellera, mientras el cura, micrófono en mano pide a los invitados que no arrojen el arroz dentro del sagrado recinto porque a la puerta ya esperan otros novios y otros invitados.
   Ahora llega la espera entre el rito litúrgico y el ágape nupcial, mientras los novios hacen un reportaje fotográfico que bien vale lo que van a cobrarles, esperas pacientemente haciendo tiempo para no llegar la primera al convite. No sabes que hacer ni dónde meterte con esta pinta.
   Y el colmo de los colmos llega con la puesta en escena de la entrada de los novios al comedor. Los camareros deben haber pasado un examen de artes escénicas para obtener el puesto. Con cada plato hay una especie de coreografía. Carreras entre las mesas. Entremeses, primer plato, sorbete, segundo plato, postre, champán, tarta. Todo un despliegue de comidas que en su mayor parte van de vuelta a la cocina, ¡cuánto despilfarro!. Y sigue la cosa.
  Se abre la barra libre y se abarrota de sedientos. Incluso los que no beben nunca se acercan a coger su vaso, que es gratis.
   La música pachanguera empieza a atronar y ya es cuando estas a punto de echar a correr, con tacones y todo. Ensordecida, mareada por el bullicio que se arremolina alrededor de la orquesta, intentas escapar hacia un lugar más tranquilo, silencioso a poder ser, pero no lo hay en kilómetros a la redonda. Te colocas en un rincón lo más lejos del tumulto y tu pareja opina que eres muy aburrida, que parece mentira que no quieras apuntarte a la vorágine. Los acontecimientos se suceden con tanta rapidez que los recién casados lo recordarán por las fotos porque en su transcurrir difícilmente pueden disfrutarlos.
   Todos quieren besar a la novia y bailar con el novio, según el sexo. O no.
   Los recuerdos que entregan a los asistentes, que tanto costó decidir, acabarán en un cajón y más adelante habrán pasado a ocupar alguna caja del trastero con las cosas que no tiramos pero que tampoco queremos tener a la vista.
   Afortunadamente no hay mal que cien años dure.
   Volver a casa es lo mejor del día. Desmaquillarte, mirarte al espejo sin tanta parafernalia, simple, natural. Y dormir. Abandonarte en tu propio tálamo nupcial en los brazos de Morfeo y tener tu propia noche de novios.
 
  
  



4 comentarios:

Lola Polo dijo...

Querida Leonor, qué bien lo has descrito, jajaja. Me ha encantado tu entrada. Yo hace mucho, mucho tiempo que no voy a una boda. Como no empiecen a casarse los sobrinos...

Un abrazo, guapa.
Muy divertido tu escrito Leonor.

Mari Carmen

Lola Polo dijo...

Jajaja, que divertido y cierto, todo lo que dices. Yo hacía tiempo que no íba a una boda, y este año me invitaron a dos. Acabé como tu, deseando llegar a casa :)

Un beso

Lola

http://abebedorespgondufo.blogs.sapo.pt/ dijo...

Me gusta tu blog.

Maty dijo...
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