domingo, 20 de noviembre de 2011

EL FARO DE TRAFALGAR




  Camino que lleva al faro,
siempre cubierto de arena,
vientos del este la arrastran,
la arremolinan, la llevan.
Los blancos lirios de playa 
adornan por la vereda.
Arriba una inmensa torre
vigila muy altanera.
Divisa toda la costa,
presume de compañera, 
aquella que en otros tiempos 
fuera la torre primera,
aquella que fue testigo 
de la maldita tragedia.
Se acercan las gaviotas,
le cuentan sus experiencias,
y ella orgullosa responde
con ráfagas de linterna.
Bajo las aguas atlánticas
de corrientes traicioneras,
duermen los barcos hundidos
el sueño de las riquezas.
Trafalgar, una encerrona 
de la Real Armada Inglesa.
Dice el faro que en las noches
que alumbra la luna llena,
ve las telas flameando
y oye el son de las cadenas, 
el crujido de las vergas, 
el crepitar de maderas.
Oye a los marineros
cansados de tanta guerra,
tirando de los chicotes,
aparejando las velas.
Se enfilan las botavaras
cual arietes a puertas.
Se oye el rugir de cañones
y el canto de las sirenas.
Andan ciñéndose al viento,
van navegando en conserva,
punteando con las proas 
van dejando sus estelas.
Dice el faro que sus rayos 
iluminan la contienda.
Ve los buques que derivan,
que se escoran, que bordean.
Los capitanes decrépitos
siguen sus estrategias.
Los ojos al catalejo
atentos a la reyerta.
Al cuidado de su rumbo
se dedican las estrellas
y la rosa de los vientos
que está de acuerdo con ellas.
El faro de Trafalgar
en su tómbolo de arenas
acompaña con sus guiños
la batalla sempiterna,
esperando que el sol traiga
algunas horas de tregua.





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