miércoles, 25 de julio de 2012

PREDESTINADOS






   Como tantas otras mañanas desde hacía años, Julia se levantó cansada por no haber podido conciliar el sueño, y dolorida por los golpes que, como tantas otras noches desde hacía años, había recibido de su marido.
   Se sentó en un rincón del dormitorio y se dejó llevar por la imaginación, lo hacía a menudo para huir de la realidad. Recordaba cuando su marido y ella se conocieron en la casa de sus padres, donde se reunían con otros amigos las tardes de los domingos, y con un tocadiscos y algunos discos pasaban un buen rato; eran los guateques de los sesenta y a los padres les gustaba observar cómo sus hijos se divertían sin tener la preocupación de dónde y con quién estarían. 
   Rememoraba aquella tarde en que apareció él con sus amigos. En el mismo instante en que sus miradas se encontraron supieron que estarían siempre juntos, hasta que la muerte nos separe.
   Una especie de escalofrío recorrió el cuerpo de Julia al recordar su primer beso, y las lágrimas rodaron por sus mejillas como tantas otras veces cuando recordaba aquel pasado.
   Fue una adolescente menuda, con una larga melena de pelo oscuro y ojos color esmeralda, gustaba más por su don de gentes y su carácter abierto que por su belleza. 
   Todo cambió en su vida cuando Ricardo apareció. Ella no veía más allá de su amado, alrededor de él todo se volvió penumbra, imágenes distorsionadas, aquel joven guapo era el enfoque de sus pupilas.
   Aquel ángel del que se enamoró se había transformado en un demonio, un Lucifer que fue adueñándose poco a poco de ella y con el tiempo, tanto su cuerpo como su ánimo se vieron sometidos a su voluntad.
   Recordó las veces que sus padres le habían advertido  que el chico tenía un carácter fuerte, era exigente y poco comunicativo, no se oponían a su relación pero tampoco la apoyaban. Ella, obcecada no atendió a nada ni a nadie, nunca pudo haber imaginado el futuro que le esperaba, aquel futuro que ya era presente y que tan duramente estaba viviendo. Todo lo presumió color de rosa pensando que con amor nada podía salir mal.
   Desde hacía algunos años la relación con su familia también se había ido deteriorando porque no aceptaban ni comprendían que se dejara avasallar de esa forma, y ella como suele ocurrir con toda mujer maltratada, se alejaba de todos, se sentía perdida, avergonzada, hundida, y a veces hasta culpable de la situación.
   Se veía en el fondo de un frío y oscuro pozo cuyo brocal se vislumbraba a kilómetros de distancia.
   Ahora era una mujer madura, las canas iluminaban sus sienes y unas pequeñas arrugas empezaban a surcar su frente. Estaba delgada, no sólo porque era su constitución sino porque apenas podía tragar bocado, la pena ocupaba todo su cuerpo incluido el estómago, jamás sentía apetito.
   Ricardo se veía envejecido en parte por la bebida, estaba demacrado, con el vientre abultado y una maraña de finísimas venillas enrojecían la piel de su rostro. Había ido perdiendo la belleza que deslumbró a su mujer, la fue perdiendo al mismo tiempo que perdía cualquier atisbo de dignidad.
   La tarde anterior había salido con los amigos a celebrar cualquier cosa, el motivo era lo de menos, y había estado bebiendo hasta altas horas de la madrugada. Ella esperaba en casa, como siempre, sabiendo lo que iba a ocurrir en cuanto oyera abrir la puerta, pero no podía huir, algo la paralizaba esperando ese momento.
   Primero los gritos, luego los reproches, las sacudidas, los empujones, los golpes, las patadas....y, cuando el agotamiento por al alcohol y el esfuerzo lo vencían caía sobre la cama como un pelele, envuelto en un aura de maldad.
   Mas hoy algo se removía en su interior, algo que nunca antes había sentido, una fuerza extraña que la impulsó a buscar una caja que había guardado hacía años en un viejo arcón, una caja que ella misma había decorado con las iniciales de ellos dos y que sería la poseedora de todos los buenos recuerdos de su vida, pero pronto dejó de abrirse. En ella sólo había recuerdos de su niñez, de aquellos días felices, de su adolescencia, fotos y cartas de amor, y unas cajas de sedantes que había estado tomando cuando empezó su condena y que luego decidió dejar porque necesitaba estar perfectamente despierta para hacer frente a su verdugo, muchas veces sus reflejos le habían salvado la vida. Estaban caducados.
    Se dio una larga ducha, se vistió y salió a la calle como guiada por una mágica mano. Cuando volvió a casa se veía radiante, el aire libre y el sol le habían insuflado vida. En la cocina situó el paquete que traía en las manos y se dispuso a preparar la cena. Empezaba a sentir una gran paz interior y casi se dibujó una leve sonrisa en su rostro. Esperó la llegada de la noche, no pensaba, sólo miraba absorta hacia la ventana. Cuando llegó la oscuridad y con ella el sonido de las llaves al abrir la puerta, se levantó y sirvió los platos que esta noche llevaban un ingrediente redentor.
   Recibió a Ricardo como en sus mejores días, no sentía miedo y se atrevía a mirarle cara a cara. Se sentía pletórica.
   Le ofreció una copa de vino y se dispusieron a cenar. En esta ocasión ella comió con avidez. 
   Cuando hubieron terminado la cena se fueron a dormir.





Este relato lo envié en Julio de 2003 a "El rincón literario" de la revista MH, mujer de hoy. la propuesta de esa semana era hacer una versión libre del drama de Romeo y Julieta.


4 comentarios:

Sindel Avefénix dijo...

Qué tema fuerte Leonor!!! Es un relato desolador, y aunque parezca extraño comprendo lo difícil que es salir a veces de esas situaciones, porque uno está solo con sus soledades, con sus miedos, son sus culpas erróneamente producidas. En fin, me ha tocado, y festejo el final que le diste.
Un abrazo enorme.

tereoteo dijo...

Un relato fuerte, duro y un tema muy, muy real y cercano a todos. Una pesadilla para muchas mujeres que no ven cómo salir de ella.
Un buen final para una triste historia.
Un beso.

Anónimo dijo...

Al maltrato físico que denuncias en tu entrada, hay que añadir por ser mucho más frecuente, el maltrato psicológico, ese que hace que la mujer se sienta inútil, inferior, culpable, ese que limita su vida social hasta límites insoportables.
Ante esa lacra, siento vergüenza de ser hombre, aunque esté lejos de esos comportamientos.
Un abrazo.
P.S. por si te interesa, escribí una entrada sobre ese tipo de maltrato.
http://desgranandomomentos.blogspot.com.es/search?q=el+maltrato+psicol%C3%B3gico

Maty dijo...
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