lunes, 10 de diciembre de 2018

CUENTO DE NAVIDAD





Algo empezaba a notarse en el ambiente. Cada vez que se abrían las puertas del armario un murmullo apenas audible parecía brotar de las cajas. En ellas estaban guardados los adornos navideños, los de toda la vida, las bolas de colores, el muñeco de nieve, el cervatillo plateado, el Papá Noel rechoncho que había ido perdiendo el color rojo de tanto manoseo, porque los niños se pasaban todas las fiestas cambiándolo de sitio entre las ramas del árbol, las guirnaldas de espumillón, las luces intermitentes, el ángel de papel y alas de algodón que hizo el niño pequeño en la guardería, las piñas doradas, la estrella fugaz que coronaba el abeto…Ya se acercaba la hora de salir de allí y alegrar la casa. Estaban expectantes ante lo que iban a volver a vivir, lo que daba sentido a su encierro durante el resto del año. Los adornos se sentían nerviosos. Pero pasaban los días y ellos seguían a la espera. Esta vez se estaban retrasando. En el aire ya bailaban los villancicos y las cocinas olían a anises y miel.  La rutina de la familia iba cambiando como todos los años por estas fechas. Las vacaciones de los chiquillos convertían las mañanas en un guirigay festivo, como gorriones al alba, despertaban deseosos de juegos.
Y fue cuando oyeron el cántico de los niños de la lotería cuando sus ilusiones se apagaron, ya no era un retraso, esto era otra cosa, algo inexplicable, algo que nunca había ocurrido.
En el salón, la televisión cantaba números mientras Laura presumía ante unos vecinos de la nueva decoración de su magnífico abeto, haciendo callar a los niños que preguntaban insistentes por la estrella de Oriente, las piñas doradas, el ángel de papel y alas de algodón que había hecho el niño pequeño en la guardería, las luces intermitentes, las guirnaldas de espumillón, el Papá Noel descolorido, el cervatillo plateado, el muñeco de nieve, las bolas de colores… sus queridos amigos de toda la vida.
En el armario, la caja había vuelto a su silencio. Este año, y quizá nunca más volverían a ser protagonistas pero estaban seguros de que los niños nunca los olvidarían.



domingo, 28 de octubre de 2018

SENSACIONES,EMOCIONES Y SENTIMIENTOS






Fue el olor a castañas asadas lo que hizo aflorar a su pensamiento otros otoños, otros fríos, otro tiempo. Fue el humo grisáceo envolviendo los contornos de la plaza lo que la transportó a aquella tarde de dorondón, cuando el humo y la niebla se disputaban el espacio, cuando el mundo parecía haberse reducido a los pocos metros que alcanzaba la vista. Más allá todo quedaba velado y las personas surgían de aquel universo indefinido como espectros fantasmales, incluso parecía que se movían con dificultad, como si la bruma les impidiera avanzar. La niña agarró con fuerza la mano de su tía y siguió caminando a su lado, muy pegada a su costado, como si el contacto de sus cuerpos la protegiera de cualquier peligro que pudiera emerger de aquella extraña cortina natural. Caminaron despacio, atravesando el velo húmedo, la imagen le recordaba sus juegos ante el espejo cuando con el vaho de su respiración caliente formaba una nube en la que se miraba sin verse. Al llegar a la plaza de la Iglesia se oyó el toque de misa y, aunque el reloj no se veía, dieron la vuelta porque era la hora de regresar a casa. Fueron éstos, y otros, los recuerdos que la emocionaron al paso por la vendedora de castañas, al sentir el olor de la candela y ver el chisporroteo que brotaba por la boca del cañón de hojalata. Atraída por una fuerza irresistible se acercó al puesto. El calor que desprendía el cucurucho de papel de estraza calentó sus manos y sintió que su corazón latía con más fuerza provocándole una inmensa satisfacción. A su lado, como en otros otoños, su tía caminaba protegiéndola de cualquier amenaza. 




domingo, 17 de junio de 2018

CARTA A UNA AMIGA





Trabajo del capítulo séptimo del curso de escritura creativa.



Querida amiga:

¡Cómo pasa el tiempo! Ya he perdido la cuenta de los meses que han pasado desde la última vez que nos vimos. Nosotras que compartimos una neurona a medias como tantas veces hemos comentado para reírnos, esa fue una genialidad de tu pareja que descubrió cuántas coincidencias había en nuestras vidas. Siempre que pienso en ti, cosa que ocurre a diario, recuerdo aquella frase de Fray Luis de León, como decíamos ayer, que hicimos nuestra, y es que nosotras tenemos una relación que sobrepasa el concepto de la temporalidad. Podemos no vernos, no hablar, no escribirnos, pero siempre estamos juntas, y esa es la magia de la verdadera amistad. 
Cuando nos conocimos, más concretamente, cuando tú te fijabas en mí al entrar en el aula en aquellas primeras clases en la facultad, nada hacía presagiar que llegaríamos a tener en común tantas cosas. Unos meses después llegaste a decirme lo estúpida que te parecí en aquellos momentos, y yo te confesé que me hacía gracia tu intenso acento de pueblo, un deje peculiar que con el tiempo llegué a interiorizar de tal forma que tu voz me evocaba la sierra gaditana, con esa forma cantarina que tienes de contar las historias que parece que nunca vas a llegar al final de tanto como te trasladas en el tiempo con el fin de dejarlo todo explicado a la perfección. Tienes la habilidad de no perder el hilo y al final, después de mil anécdotas y mil vueltas por el recuerdo, acabas contando lo que en principio querías contar.
En casa, cuando llamas por teléfono, todos saben que no estaré disponible hasta pasada una hora, por lo menos, y es que tenemos tantas cosas de que hablar, querida amiga, que ya me tarda oírte.
Espero que los niños, porque para nosotras siempre serán niños, estén bien. Dale recuerdos a David, y tú ya sabes, te mando el abrazo de siempre.

Te quiero mi media neurona.





miércoles, 30 de mayo de 2018

ESTE JUEVES: HISTORIAS FAMILIARES







Paco y Sina viven en Cantalapiedra desde que contrajeron matrimonio, y desde el principio se han ido adaptando a la vida tranquila de esta zona rural, adonde los irrefrenables avances tecnológicos llegan con moderación, como si los habitantes de este rincón se negaran a cambiar sus arraigados hábitos.
Paco trabaja en el terreno que compraron cuando las tierras tenían precios asequibles porque nadie quería trabajarlas. Él no pudo hacer la mili porque nació con una pierna un poco más corta que la otra, pero apenas se nota su cojera, sobre todo cuando pasea del brazo de Sina y ambos se balancean con la misma cadencia.
Paco y Sina tardaron unos años en tener su primer hijo, y no por falta de ganas, ni de intentos, sino porque la naturaleza es así de caprichosa. Le llamaron Pedro porque nació el día veintinueve de junio y para evitar problemas con los abuelos decidieron bautizarlo con el nombre del santoral. De todas formas, las relaciones con la familia de Sina no son buenas porque nunca llegaron a aceptar su boda con un muchacho sin estudios y, como decía su madre con muy mala leche, un poco tarado. Sina lo pasa mal por esta situación pero sigue pensando que la mayor tara está en la mente obtusa de su madre.
Pedro, al que todos llaman Pincho porque es extremadamente flaco, va siempre acompañado de su perro, tan flaco como él, un galgo al que unos cazadores dejaron abandonado en la cuneta porque ya no les servía para sus fines. Es un niño alegre al que le encanta ayudar a su padre en las labores del campo, sobre todo cuando toca arar y suben al tractor. Pedro va hablando sin parar, que si cómo se llama ese árbol, que por qué el nido de la golondrina no es igual que el del mirlo, que por qué la lechuza no duerme, y así un no acabar.
–Papá, ¿sabes que vi ayer en el río cuando fui con mis amigos por la tarde hasta la pileta de la roca? ¡Oh, papá, son tan pequeños! Y no se parecen a las ranas.
Y se queda pensativo por unos segundos y vuelve a la carga.
–Papá, cuando yo nací ya me parecía a ti, a que sí. Y también un poco a mamá Sina. Cuando sea mayor seré igualito que tú y yo conduciré el tractor, verdad papá.
Y así una tras otra, sin parar. Y su padre lo escucha y sonríe.
Los días pasan tranquilos en este rincón donde lo realmente importante es ser feliz y lo único que altera un poco su vida, pero muy poquito, es la desaparición del baúl de la tía abuela Mónica.



Esta semana estamos en el blog de Dorotea Lazos y raíces.



sábado, 26 de mayo de 2018

LA HUIDA




Fotografía de Diego Bernal Bugatto


Era una noche oscura y fría del mes de enero. Acostumbrada a la rutina de mi vuelta a casa iba inmersa en mis pensamientos, con las manos enfundadas en unos guantes de lana y la cara perdida entre el gorro y la bufanda. No sé de dónde salió el hombre, debía estar oculto en las sombras de aquella noche sin luna, en alguna esquina del laberinto de callejuelas que se había ido formando a las afueras de la ciudad, pero nada más verlo saltaron todas las alarmas y eché a correr como alma que lleva el diablo, corrí y corrí sin pensar. Corrí sabiendo que me seguía a escasa distancia. Atravesé no sé cuántas calles sin mirar atrás, solo quería avanzar, poner tierra de por medio y alejarme del sonido de sus pasos, de su respiración agitada. Me empezaba a faltar el aliento pero seguí corriendo, cada vez más deprisa, ya había perdido la bufanda y el gorro, y en algún momento también los guantes, pero no sentía frío, al contrario, sudaba y corría y corría, dando traspiés, tropezando, pero sin parar, siempre mirando adelante, con la vista puesta en una zona iluminada que intuía más segura. Hubo momentos que lo sentí tan cerca que incluso pude oler su mirada en mi cuello, y eso me daba fuerzas para aumentar la velocidad, a pesar del cansancio, y era entonces cuando mis piernas extenuadas parecían recuperarse para seguir corriendo, corriendo sin parar, sin pensar en otra cosa que en alcanzar aquella luz salvadora.



miércoles, 2 de mayo de 2018

ESTE JUEVES: UN RELATO A PARTIR DE UNA IMAGEN





María se había levantado temprano, siempre madrugaba, ver amanecer se había convertido en su principal proyecto de futuro, se podría decir que en su único proyecto, más allá todo se perdía en la negrura del miedo y la duda. Después de calentarse el cuerpo con un café amargo como su vida, salió de su casa camino de la capilla donde calentaría su alma y apaciguaría sus penas. Solo en aquel lugar encontraba la paz que tanto ansiaba. Se arrodilló, esta vez sin amenazas, delante del altar en el que varios querubines custodiaban a un ángel más pequeño. Desde que a María se le malogró el embarazo que tanto había deseado, acudía cada mañana a postrarse delante de aquellos niños alados pensando cómo habría sido el hijo que no llegó a conocer.

Esta vez iba a ser diferente, por nada del mundo pondría en peligro la vida del nuevo ser que estaba gestando. Esta vez no se expondría a las patadas y los golpes que venía sufriendo desde hacía ya demasiado tiempo. No comprendía en qué momento su vida dio un vuelco y todo lo que habían soñado juntos se desvaneció en el aire como el humo, convirtiendo su esperado paraíso en este infierno siniestro. Esta vez no esperaría a que se le notara el embarazo porque entonces ya no podría escapar de sus garras. Tenía que desaparecer sin que él tuviera constancia de esta situación o jamás lograría deshacerse de su verdugo, y no estaba dispuesta a permitir que su hijo creciera junto a ese ser iracundo y despiadado. Ahora tenía ya un futuro a largo plazo, más allá de amanecer viva. Ahora otro ser dependía de su fortaleza.






jueves, 26 de abril de 2018

UNA IMAGEN, UNA HISTORIA.



Relato basado en una imagen. Trabajo del capítulo 5 del Curso de Escritura Creativa.


Salimos a navegar antes del alba, los aparejos dispuestos desde hacía más de una semana y acabado de cargar todo lo necesario la tarde anterior. Las velas desplegadas aprovechando el poco viento que soplaba a esas horas tempranas del día. El patrón del barco, un viejo marino de cara bronceada y manos fuertes,  nos había arengado al zarpar, tenía la certeza de que sería una excelente campaña y los nuevos marineros, casi todos muy jóvenes, se hicieron a la mar ilusionados. En tierra quedaban otros barcos que zarparían horas después y la cala se vislumbraba desde lejos como una ensoñación, las arenas húmedas, lecho de diminutos cristales, cubiertas de barcas varadas que se escoraban levemente sobre uno de sus costados, como dormidas. Los veleros, con los mástiles desnudos, el trapo recogido y el bauprés apuntando a la costa escarpada, como lanzas amenazantes. Desde la lejanía se columbraba aún la torre de la iglesia con su domo plateado iluminado por la luz de la luna que todavía alumbraba desde lo alto, perdiéndose poco a poco a medida que la mañana comenzaba a imponerse. Las casas en la falda de la montaña parecía que nos despidieran con sus ventanas iluminadas por los quinqués que las mujeres colocaban cada vez que un barco se hacía a la mar en la oscuridad. Al otro lado del monte, sobre un saliente, el faro seguía con sus intermitentes ráfagas que callarían en cuanto apareciera el sol por el horizonte.  Faltaban horas hasta que nos adentráramos en alta mar, navegábamos despacio, al ritmo que nos marcaba el viento, a toca vela. Nadie, salvo el patrón, sabía con exactitud a dónde nos dirigíamos, dónde se encontraban los caladeros en los que comenzaríamos a faenar. Solo el patrón, encerrado en su camarote, con las cartas marinas desplegadas, iba marcando el rumbo y corrigiendo derivas. En cubierta se respiraba tranquilidad y algunos de los nuevos habían empezado a palidecer afectados por el mareo pero lo disimulaban asomados a la borda como si de pronto se pudiera ver el fondo marino y los incalculables tesoros que las aguas custodian.
La campaña tendría una duración de veintiocho días y desde que zarpamos no volveríamos a tocar tierra hasta pasado ese tiempo. Tendríamos que soportar cambios bruscos de tiempo, tempestades, borrascas, y días de calma chicha, pero volveríamos con una buena captura y nos recibirían como a reyes, las mujeres y los niños esperarían en las rocas que rodean la cala, alegres y esperanzados, deseando ver a lo lejos nuestro velamen inflado tirando con fuerza del velero y la magnífica carga que atesoraríamos en nuestras bodegas.
Yo, sentado cerca del timonel,  seguía tomando nota de todo lo que iba aconteciendo. Era la primera vez que navegaría tantos días sin ver tierra pero me había hecho el firme propósito de terminar de una vez la novela que llevaba años rondándome el pensamiento.




viernes, 20 de abril de 2018

RECUERDOS DE OTRAS TARDES DE AGOSTO





Ana sesteaba junto al pozo, a la sombra de la parra de la que colgaban racimos de uvas moscatel ya maduras. El calor de agosto a esa hora era pegajoso, y el zumbido monótono de las avispas, que andaban alrededor de los granos picando el hollejo para extraer el néctar dulce, le producían un adormecimiento muy agradable.  Ana dormitaba cuando la invadieron  recuerdos de otras tardes de verano, cuando era niña, cuando visitaba a su familia en la casa del huerto.  Los paseos hasta el río, el olor seco que emanaba de la tierra caliente, el mugido lastimero que sonaba desde el establo, lejano, como si el aire cálido impidiera el avance de aquella voz, amortiguándola, el incesante sonido del girar de la noria, con la mula gris, vieja y mal pelada, que no cejaba en su empeño de caminar sin llegar a ninguna parte. Volvió a subirse al granado, correteó entre las plantas de maíz, y hasta pudo oír el crujir de las hojas secas de las panochas. Sonrío al recordar cuando, en sus primeros coqueteos, se pintaba los labios con el jugo purpúreo de las moras; todas las chiquillas lo hacían provocando las burlas de los niños, pero ella lo disfrutaba sintiendo ya a la mujer que la habitaba. La asustó, incluso al evocarlo, el ruido estruendoso del motor del pozo al ponerse en marcha para llenar la alberca del huerto,   siempre le había ocurrido, y sin embargo, en más de una ocasión, se había atrevido a bajar al sótano donde estaba colocado, como enfrentándose ya a sus primeros miedos, en un alarde de valentía.  Un chorro a presión salía por una cañería gruesa, y en unos minutos la alberca reflejaba en el agua los rayos oblicuos de sol camino de su ocaso. Era entonces cuando el conde, que solo lo era por el apellido, trasladaba desde su sembrado, lechugas, coles, acelgas, y otras verduras que arrojaba al agua para que quedaran limpias de tierra, y era allí mismo donde se  metía la chiquillería a refrescarse, jugando entre las hojas verdes y tratando de no rozar mucho con los pies el suelo resbaladizo, cubierto por una capa lamosa de verdín. En su mente adormilada, Ana volvía a oír las voces escandalosas de los niños, y sus risas, y sonreía recordando aquellos momentos, y abría los ojos para cerciorarse de que había vuelto a su patio, a su rutina consoladora, al olor de la dama de noche que inundaba el aire ya más fresco del atardecer.



martes, 13 de febrero de 2018

LA TARDE SE MALGASTABA




Comenzó a amarillear la tarde. Poco a poco fue sucumbiendo a una oscuridad a esa hora inusual, delatando con sus tonalidades que en breve empezaría a llover. A pesar de todo no perdió la esperanza, quizá solo cayeran unas gotas y las nubes que habían estado amenazantes desde el mediodía, llevadas por un ligero viento de poniente, abandonaran con rapidez estos cielos huyendo a otras latitudes. Pero la evolución no fue la esperada, o la deseada, y lo que en principio comenzó con una lluvia casi imperceptible, un chispear sutil, de repente se convirtió en una cortina densa que se derramaba con saña sobre las calles empinadas de su calle. El agua golpeaba con fuerza los cristales de la ventana por la que se asomaba su tristeza, viendo cómo aquel torrentes se llevaba sus ilusiones.
Las horas siguientes fueron pasando y nada hacía presagiar que la situación fuera a cambiar. A ratos disminuía la intensidad del chaparrón pero no dejó de llover en ningún momento . La tarde se malgastaba. Por mucho que rogó y miró al cielo, la lluvia se había empeñado en quedarse a pasar la noche, y así lo hizo. A la tarde siguió una noche tormentosa, de aguaceros y chaparrones intensos, de truenos y atrevidos relámpagos que se colaban a través de las rendijas de la persiana, iluminando la inmensa pesadumbre que se había instalado en sus entrañas. Le costó conciliar el sueño y en su desvelo soñó con besos abandonados.



Curso de Escritura Creativa. Tema 1º: Los utensilios del escritor: Recursos narrativos. Recursos estilísticos. Herramientas temáticas. Herramientas físicas.

Preguntas sobre el texto: ¿Quién es el narrador? Definir la palabra "narrador". ¿Quién es el protagonista? ¿Es adecuado el lenguaje para la historia que se narra? ¿Se entiende el mensaje?



jueves, 18 de enero de 2018

LA MAGIA DE LAS PALABRAS





  Apoyó los codos en la mesa y, sin quitar los ojos de la pantalla, metió la cara entre sus manos. La notó caliente y pensó que sería bueno tener unos días de descanso, era muy probable que se hubiera contagiado con algún virus el día que tuvo que ir al centro de salud. Los pacientes que esperaban su turno no dejaban de toser, y, aunque ella se había sentado alejada de la puerta de la consulta -que es donde suele agolparse la mayoría- era evidente que el ambiente estaba cargado de microbios.

Desde que amaneció había estado pesarosa y algo cansada, el trabajo cada día se le hacía más pesado y el solo hecho de sentarse a escribir, cosa que siempre había sido un placer y una liberación, en esta ocasión le estaba pareciendo una tarea tan ardua que no se veía con fuerzas para comenzar siquiera. Las ideas iban y venían a su mente, pero ninguna era lo suficientemente fuerte, nada que mereciera dejar volar los dedos sobre el teclado que se mostraba cercano pero inalcanzable. Sería un día de esos grises, de los que al llegar la noche acaban sin más, sin nada que guardar, consumido, evaporado como el agua hirviendo sin la debida vigilancia. De repente, como por arte de birlibirloque, vio que las palabras se habían ido colocando de manera ordenada, formando frases que incluso tenían algún sentido y pensó que realmente debía estar incubando una rara enfermedad.