lunes, 16 de diciembre de 2019

LA SIESTA




Ana sesteaba junto al pozo, a la sombra de la parra de la que colgaban racimos de uvas moscatel ya maduras. El calor de agosto a esa hora era sofocante, y el zumbido monótono de las avispas que andaban alrededor de los frutos dulces le producía un adormecimiento muy agradable.  Ana dormitaba cuando la invadieron  recuerdos de otras tardes de verano, cuando era niña, cuando visitaba a sus primas  en la casa del huerto.  Los paseos hasta el río, el olor seco que emanaba de la tierra caliente, el mugido lastimero que sonaba desde el establo, un mugido lejano, como si el aire cálido impidiera el avance de aquella voz, amortiguándola, el incesante sonido del girar de la noria, con la mula gris, vieja y mal pelada, que no cejaba en su empeño de caminar sin llegar a ninguna parte. Volvió a subirse al granado, correteó entre las plantas de maíz, y hasta pudo oír el crujir de las hojas secas de las panochas.  La asustó, incluso, al evocarlo, el ruido estruendoso del motor del pozo que llenaba la alberca del huerto,   siempre le había ocurrido, y sin embargo, en más de una ocasión, se había atrevido a bajar al sótano donde estaba colocado, como enfrentándose ya a sus primeros miedos.  Un grueso chorro a presión salía por una cañería gruesa, y en unos minutos la alberca reflejaba en el agua los rayos oblicuos de sol camino de su ocaso. Era entonces cuando el conde, que solo lo era por el apellido, trasladaba desde su sembrado, lechugas, coles, acelgas, y otras verduras que arrojaba al agua para que quedaran limpias de tierra, y era allí mismo donde se  metía la chiquillería a refrescarse, jugando entre las hojas verdes y tratando de no rozar mucho con los pies el suelo resbaladizo, cubierto por una capa por el verdín. En su mente adormilada volvía a oír las  escandalosas voces de los niños y sus risas, y sonreía recordando aquellos momentos, y abría los ojos para cerciorarse de que había vuelto a su patio, a su rutina consoladora, al olor de la dama de noche que inundaba el aire ya más fresco del atardecer.



lunes, 10 de diciembre de 2018

CUENTO DE NAVIDAD





Algo empezaba a notarse en el ambiente. Cada vez que se abrían las puertas del armario un murmullo apenas audible parecía brotar de las cajas. En ellas estaban guardados los adornos navideños, los de toda la vida, las bolas de colores, el muñeco de nieve, el cervatillo plateado, el Papá Noel rechoncho que había ido perdiendo el color rojo de tanto manoseo, porque los niños se pasaban todas las fiestas cambiándolo de sitio entre las ramas del árbol, las guirnaldas de espumillón, las luces intermitentes, el ángel de papel y alas de algodón que hizo el niño pequeño en la guardería, las piñas doradas, la estrella fugaz que coronaba el abeto…Ya se acercaba la hora de salir de allí y alegrar la casa. Estaban expectantes ante lo que iban a volver a vivir, lo que daba sentido a su encierro durante el resto del año. Los adornos se sentían nerviosos. Pero pasaban los días y ellos seguían a la espera. Esta vez se estaban retrasando. En el aire ya bailaban los villancicos y las cocinas olían a anises y miel.  La rutina de la familia iba cambiando como todos los años por estas fechas. Las vacaciones de los chiquillos convertían las mañanas en un guirigay festivo, como gorriones al alba, despertaban deseosos de juegos.
Y fue cuando oyeron el cántico de los niños de la lotería cuando sus ilusiones se apagaron, ya no era un retraso, esto era otra cosa, algo inexplicable, algo que nunca había ocurrido.
En el salón, la televisión cantaba números mientras Laura presumía ante unos vecinos de la nueva decoración de su magnífico abeto, haciendo callar a los niños que preguntaban insistentes por la estrella de Oriente, las piñas doradas, el ángel de papel y alas de algodón que había hecho el niño pequeño en la guardería, las luces intermitentes, las guirnaldas de espumillón, el Papá Noel descolorido, el cervatillo plateado, el muñeco de nieve, las bolas de colores… sus queridos amigos de toda la vida.
En el armario, la caja había vuelto a su silencio. Este año, y quizá nunca más volverían a ser protagonistas pero estaban seguros de que los niños nunca los olvidarían.



domingo, 28 de octubre de 2018

SENSACIONES,EMOCIONES Y SENTIMIENTOS






Fue el olor a castañas asadas lo que hizo aflorar a su pensamiento otros otoños, otros fríos, otro tiempo. Fue el humo grisáceo envolviendo los contornos de la plaza lo que la transportó a aquella tarde de dorondón, cuando el humo y la niebla se disputaban el espacio, cuando el mundo parecía haberse reducido a los pocos metros que alcanzaba la vista. Más allá todo quedaba velado y las personas surgían de aquel universo indefinido como espectros fantasmales, incluso parecía que se movían con dificultad, como si la bruma les impidiera avanzar. La niña agarró con fuerza la mano de su tía y siguió caminando a su lado, muy pegada a su costado, como si el contacto de sus cuerpos la protegiera de cualquier peligro que pudiera emerger de aquella extraña cortina natural. Caminaron despacio, atravesando el velo húmedo, la imagen le recordaba sus juegos ante el espejo cuando con el vaho de su respiración caliente formaba una nube en la que se miraba sin verse. Al llegar a la plaza de la Iglesia se oyó el toque de misa y, aunque el reloj no se veía, dieron la vuelta porque era la hora de regresar a casa. Fueron éstos, y otros, los recuerdos que la emocionaron al paso por la vendedora de castañas, al sentir el olor de la candela y ver el chisporroteo que brotaba por la boca del cañón de hojalata. Atraída por una fuerza irresistible se acercó al puesto. El calor que desprendía el cucurucho de papel de estraza calentó sus manos y sintió que su corazón latía con más fuerza provocándole una inmensa satisfacción. A su lado, como en otros otoños, su tía caminaba protegiéndola de cualquier amenaza. 




domingo, 17 de junio de 2018

CARTA A UNA AMIGA





Trabajo del capítulo séptimo del curso de escritura creativa.



Querida amiga:

¡Cómo pasa el tiempo! Ya he perdido la cuenta de los meses que han pasado desde la última vez que nos vimos. Nosotras que compartimos una neurona a medias como tantas veces hemos comentado para reírnos, esa fue una genialidad de tu pareja que descubrió cuántas coincidencias había en nuestras vidas. Siempre que pienso en ti, cosa que ocurre a diario, recuerdo aquella frase de Fray Luis de León, como decíamos ayer, que hicimos nuestra, y es que nosotras tenemos una relación que sobrepasa el concepto de la temporalidad. Podemos no vernos, no hablar, no escribirnos, pero siempre estamos juntas, y esa es la magia de la verdadera amistad. 
Cuando nos conocimos, más concretamente, cuando tú te fijabas en mí al entrar en el aula en aquellas primeras clases en la facultad, nada hacía presagiar que llegaríamos a tener en común tantas cosas. Unos meses después llegaste a decirme lo estúpida que te parecí en aquellos momentos, y yo te confesé que me hacía gracia tu intenso acento de pueblo, un deje peculiar que con el tiempo llegué a interiorizar de tal forma que tu voz me evocaba la sierra gaditana, con esa forma cantarina que tienes de contar las historias que parece que nunca vas a llegar al final de tanto como te trasladas en el tiempo con el fin de dejarlo todo explicado a la perfección. Tienes la habilidad de no perder el hilo y al final, después de mil anécdotas y mil vueltas por el recuerdo, acabas contando lo que en principio querías contar.
En casa, cuando llamas por teléfono, todos saben que no estaré disponible hasta pasada una hora, por lo menos, y es que tenemos tantas cosas de que hablar, querida amiga, que ya me tarda oírte.
Espero que los niños, porque para nosotras siempre serán niños, estén bien. Dale recuerdos a David, y tú ya sabes, te mando el abrazo de siempre.

Te quiero mi media neurona.





miércoles, 30 de mayo de 2018

ESTE JUEVES: HISTORIAS FAMILIARES







Paco y Sina viven en Cantalapiedra desde que contrajeron matrimonio, y desde el principio se han ido adaptando a la vida tranquila de esta zona rural, adonde los irrefrenables avances tecnológicos llegan con moderación, como si los habitantes de este rincón se negaran a cambiar sus arraigados hábitos.
Paco trabaja en el terreno que compraron cuando las tierras tenían precios asequibles porque nadie quería trabajarlas. Él no pudo hacer la mili porque nació con una pierna un poco más corta que la otra, pero apenas se nota su cojera, sobre todo cuando pasea del brazo de Sina y ambos se balancean con la misma cadencia.
Paco y Sina tardaron unos años en tener su primer hijo, y no por falta de ganas, ni de intentos, sino porque la naturaleza es así de caprichosa. Le llamaron Pedro porque nació el día veintinueve de junio y para evitar problemas con los abuelos decidieron bautizarlo con el nombre del santoral. De todas formas, las relaciones con la familia de Sina no son buenas porque nunca llegaron a aceptar su boda con un muchacho sin estudios y, como decía su madre con muy mala leche, un poco tarado. Sina lo pasa mal por esta situación pero sigue pensando que la mayor tara está en la mente obtusa de su madre.
Pedro, al que todos llaman Pincho porque es extremadamente flaco, va siempre acompañado de su perro, tan flaco como él, un galgo al que unos cazadores dejaron abandonado en la cuneta porque ya no les servía para sus fines. Es un niño alegre al que le encanta ayudar a su padre en las labores del campo, sobre todo cuando toca arar y suben al tractor. Pedro va hablando sin parar, que si cómo se llama ese árbol, que por qué el nido de la golondrina no es igual que el del mirlo, que por qué la lechuza no duerme, y así un no acabar.
–Papá, ¿sabes que vi ayer en el río cuando fui con mis amigos por la tarde hasta la pileta de la roca? ¡Oh, papá, son tan pequeños! Y no se parecen a las ranas.
Y se queda pensativo por unos segundos y vuelve a la carga.
–Papá, cuando yo nací ya me parecía a ti, a que sí. Y también un poco a mamá Sina. Cuando sea mayor seré igualito que tú y yo conduciré el tractor, verdad papá.
Y así una tras otra, sin parar. Y su padre lo escucha y sonríe.
Los días pasan tranquilos en este rincón donde lo realmente importante es ser feliz y lo único que altera un poco su vida, pero muy poquito, es la desaparición del baúl de la tía abuela Mónica.



Esta semana estamos en el blog de Dorotea Lazos y raíces.