domingo, 21 de agosto de 2011

CEMENTERIO DE VILLALUENGA DEL ROSARIO, CÁDIZ


Interior



Puerta del cementerio que se haya ubicado en lo que fuera una iglesia.
 Puede verse la torre campanario.


  Me gustan los cementerios. Desde que era una niña me gustaba ir en las tardes soleadas a pasear por el de aquí de San Fernando. Me gusta el olor a flores marchitándose. Me gusta el silencio, roto a veces por el canto de algunas aves que viven entre las ramas de los cipreses, árbol que simboliza la unión entre el cielo y la tierra. Me gusta leer nombres de personas que en algún tiempo, remoto o cercano, vivieron cerca de nosotros. Imagino al ver algunas fotos colocadas en las lápidas cómo sería esa persona, cuáles serían sus deseos, inquietudes, si fue feliz o no, si cumplió sus sueños o anda vagando entre nosotros para que algún alma caritativa los haga realidad y pueda descansar eternamente. ¿ Recordáis la película " El bosque animado"?. Yo la he visto varias veces y por supuesto he leído la obra que siempre supera lo mostrado en el cine.
  Pues a lo que iba contando, me paseaba por el laberinto de calles del camposanto, me paraba en los rincones más adornados y  disparaba mi imaginación.
  Así pasaba muchas tardes y espero no parecer una persona rara.
  Hace un tiempo estuve por Grazalema y alrededores. Es una gozada tener tan cerca el mar y a la vez vivir a tiro de piedra de bosques, ríos y vegetación tan extraordinaria como es la zona de los pueblos blancos de la provincia.
  Concretamente en Villaluenga me encuentro muy emocionada porque es el pueblo de mi amiga del alma, esa amiga que todos necesitamos tener para descansar nuestras preocupaciones, esa amiga que aunque te lleves meses sin hablar con ella, cuando lo haces es como si el día anterior lo hubiéseis pasado juntas. Con ella comparto una de mis neuronas. Nuestras vidas van paralelas.
   Esa última vez que estuve por allí, me acerqué hasta la iglesia en ruinas (ya sabeís que las ruinas me atraen) donde está situado el cementerio. Es un lugar con embrujo. Está en la parte alta del pueblo y desde arriba se observan las grandes peñas que parecen que se van a venir en cualquier momento sobre tu cabeza, y la parte de abajo por donde discurre el valle, seco salvo en época de lluvias, de un río que si lo seguimos se adentra en la montaña hacia una sima que te hace temblar las piernas de vértigo.
  Ya veis que me entusiasmo cuando os describo este entorno porque es tan distinto y tan único por estos alrededores. Ese pueblo que emerge de las mismas rocas, tan atractivo en primavera por su vegetación como en invierno cuando las nieves lo pintan todo de blanco. Y en otoño que es la estación que más me gusta por su luz, sus sombras, sus colores, el olor de los días de lluvia, el arcoiris. En concreto, que en cualquier época del año, ir a ver Villaluenga es una delicia.
  Siempre acompañada por mi cámara fotográfica voy recogiendo las imágenes que al volver a ver con el tiempo me hacen sentir de nuevo la misma emoción que al verlas por primera vez.


Dedicado a mi querida amiga del alma, Ana Moscoso.

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