miércoles, 11 de enero de 2017

A PARTIR DE UN PÁRRAFO: MIGUEL DELIBES




El Puente Viejo de Ávila, óleo sobre lienzo de Joaquin Sorolla.

La actividad  para el lunes día 16 de enero de 2017 en la Tertulia Rayuela, propuesta en esta ocasión por mí, nos incita a continuar escribiendo a partir de un párrafo de la primera novela de Miguel Delibes, "La sombra del ciprés es alargada", publicada en el año 1948 y que obtuvo el Premio Nadal en 1947.

"Apenas desayunados solíamos dejar la casa de don Mateo. Fany nos acompañaba en nuestras excursiones mañaneras que rara vez variaban su itinerario. Nos agradaba salir al paseo del Rastro cuando el sol comenzaba a dorar el verdeante valle de Amblés. Por el paseo, bordeando la muralla, llegábamos hasta los marjales del Adaja, donde gustábamos de matar las horas hasta que se hacía el momento de comer". Los días de vacaciones iban siendo consumidos sin apenas darnos cuenta, recorríamos aquel paisaje veraniego que nada tenía que ver con el que se nos colaba pasado el otoño, cuando las nieves cubrían con su implacable blancura cualquier vestigio de color convirtiendo el valle en una inmensa nube de algodón. Las aguas del río donde tantas tardes habíamos nadado hasta el agotamiento, en invierno aparecían heladas y daban la sensación de estar detenidas en el tiempo. En su superficie quedaban expuestas como en un escaparate un sinfín de hojas, ramas pequeñas, insectos de acristaladas alas y algunos trozos de papel que pudieron pertenecer a una nota de amor olvidado. El período canicular nos volvía perezosos y tras la hora del almuerzo había días que preferíamos esperar al atardecer para salir de la casa y acercarnos de nuevo hasta la muralla por donde a esa hora vespertina empezaban a aparecer las muchachas con sus risas atipladas y sus miradas lánguidas. Mi amigo y yo intentábamos entablar conversación con alguna de ellas en particular, casi siempre atraídos por las que parecían más animosas pero acercarse era una misión casi imposible porque en cuanto alguna se veía abordada el resto acudía en su socorro como si las fuéramos a devorar con las palabras y se alejaban hasta apoyarse sobre las piedras cuchicheando como cotorras y lanzándonos miradas de soslayo con el coqueteo propio de la edad. Tal como oscurecía salían en bandada hacia sus casas desapareciendo como por encanto al dar las campanadas del reloj de la catedral. Nosotros retomábamos el camino de vuelta algo decepcionados pero con el convencimiento de que al día siguiente volverían y quizá antes de que acabaran las vacaciones nos veríamos recompensados, aunque solo fuera por nuestra constancia, con algunos momentos que guardar en los recuerdos de aquel verano de la adolescencia.





2 comentarios:

Manolo Ruiz. dijo...

Qué maravilla.
Solo se me ocurre pensar, que seguro que D. Miguel habría aceptado como suya esa preciosa forma de continuar ese párrafo de su novela.

Ester dijo...

Parece escrito a dos manos a dos lapices, seguro que Delibes te hubiera aplaudido . Abrazos